Esquel

10 - El relato de los aventureros (sigue)

Abner Chamson
paciente de Ataxia de Friedreich
47 años (2017)


Mientras mateábamos y después de que yo terminé mi historia, ellos tomaron la posta y largaron con la suya.

- En cuanto nos separamos esa mañana y nos adentramos en el bosque, el sendero se fue haciendo cada vez más difícil de seguir, no se distinguían todas las marcas y teníamos miedo de perdernos...

- Decí la verdad, el único que tenía miedo de perderse eras vos; interrumpió Silvio.

- Como decía, prosiguió Pablo, tenía miedo de perderme, pero si ellos no compartían ese temor y pensaban que perderse era imposible, es porque son bastante irresponsables y ni se percataron de que habíamos pasado tres veces por el mismo lugar; y esta vez, nadie lo interrumpió. De repente, medio de casualidad, percibí un cartelito medio caído que indicaba el camino.... Seguía por un buen trecho todo de subida, hasta llegar a la cima de aquella montaña, y a partir de ahí bajamos hasta llegar a la costa del lago. Seguimos siempre por este camino hasta que se nos atravesó un escuálido riacho (o un imponente arroyito, vos elegí) que cruzamos de un salto. A esto, siguió otra trepada interminable y un trecho cuesta abajo hasta quedar nuevamente a nivel del lago.

- En la cima de ese cerro, encontramos nieve por primera vez, ya que el sol de esos días la había derretido en todas partes, acotó Silvio...

- Puede ser, siguió Pablo. Sin embargo, cuando llegamos abajo, el sol ya se estaba escondiendo detrás de las montañas, y, francamente, parecía que nunca hubiera existido ya que el frío inmediatamente se hizo sentir
calando hasta la médula... Estábamos en Playa Blanca, así denominada dado el color de su arena, y allí pasaríamos la noche. Pero no podíamos prender fuego, ni encender ninguna luz ya que estaba prohibido acampar allí, y seguramente, una luz atraería la atención del guardaparques, y lo último que deseábamos era compañía... Por la luz, no había problemas, ya que la luna proporcionaba luz suficiente para ver lo que hacíamos; ahora, no puedo decir lo mismo del calor, el frío era insoportable, y si no queríamos congelarnos ahí mismo, mejor que no paráramos de movernos. Armamos la carpa, abrimos una lata de atún que acompañamos de una hogaza de pan y bajo el único consuelo de la luz de la luna, devoramos esa simple comida...

- ¡FRÍA!, Protestó Roberto.

- Sí, fría, aunque ya sabés que no teníamos modo de calentarla, le contestó Pablo, al parecer retomando una pequeña discusión que habían tenido días atrás. Luego, dirigiéndose a mí otra vez, siguió con su relato; en cuanto terminamos de comer, Polar sobre buzo, buzo sobre pulóver, pulóver sobre camisa, camisa sobre remera, remera sobre camiseta, nos metimos en la bolsa de dormir y hechos una bolita para no dejar escapar ni una gota de calor, nos dormimos... A la mañana siguiente, nos despertamos bastante temprano y el frío era intenso, mayor que durante la noche. La única manera de sacárnoslo de encima, era moviéndonos continuamente, ya que no podíamos contar con el sol que a esa hora lo único que proveía era un poco de luz, aunque calor, ni hablar... Desayunamos todo lo que nos quedaba en la mochila, es decir, unas galletas y unas barras de chocolate y con la sola ilusión de encontrarte a vos...

- ...y las provisiones..., interrumpió Roberto

- ...sí, y las provisiones salvadoras, en la otra punta del camino, nos pusimos en marcha.

- Marcha era al principio, siguió Silvio, enseguida se transformó en trote, y luego en desenfrenada carrera. Cada cien metros nos deteníamos para buscar si no nos quedaba algún mendrugo en un bolsillito escondido (toda mochila tiene miles de ellos, y Murphy nos dice que hasta que uno no busque en el último de ellos, no va a encontrar nada)...

- pero nada, vos eras nuestra última esperanza...

- Cuando finalmente llegamos, retomó Pablo, inmediatamente nos pusimos a buscarte. Pero en vano, vos no habías llegado todavía y se nos ocurrió que quizás era un poco temprano todavía y vendrías en el bote siguiente, así que nos dispusimos a esperar, tendidos en la playa bajo el sol que ya calentaba un poco más, y charlando para pasar el rato (eso sí, estaba prohibido tocar el tema ‘comida’). No sé por qué, pero atraíamos las miradas de todos aquellos que por ahí pasaban. Uno, hasta se nos acercó y nos preguntó si precisábamos de algo. Le respondimos que estaba todo bien, que sólo estábamos esperando a un amigo que vendría en el bote siguiente. Esperábamos que se fuera, pero en vez de eso, siguió con más preguntas tratando de indagar nuestra procedencia, ya que no nos había visto esa noche en la posada ni en el bote anterior. ¿Qué podíamos hacer? Mentir, por supuesto, e inventamos una elaborada historia con una persona que habíamos conocido en el campamento que nos había traído en su bote de pesca y ahora estábamos esperando a nuestro cuarto compañero que, como la lancha era diminuta, vendría en el bote con las provisiones... No sé si la historia lo conformó realmente, pero igual, se fue y nos dejó tranquilos...

- A mí me parece, dijo Silvio, que se dio cuenta de que si se quedaba un minuto más y hacía una sola pregunta más, yo le iba a partir la cara de una trompada...

- Todos nos sentíamos un poco así, y por suerte, no regresó, pero sabíamos que lo mejor para no atraer más curiosos, era mantener la calma. Así que nos volvimos a recostar tranquilamente sobre la playa para esperar el bote que te traería...

- ... y que traería los alimentos..., interrumpió Roberto.

- ...claro, y los alimentos..., repitió Pablo. Pero el bote llegó, y no paraban de salir personas... Bueno, sí, pararon, y cuando pararon, todavía no te habías asomado, y hasta que el bote no se fue, no nos convencimos de que no habías venido en ese bote... ¿Acaso en el próximo? Ya no estábamos tan seguros aunque ¿que otra cosa podíamos hacer? Teníamos una hora de espera, una eternidad para nuestros estómagos famélicos. Entonces, juntamos todo el dinero del que disponíamos contando hasta los centavos. No era demasiado, pero nos podría comprar algo para comer. Entretuvimos a nuestros estómagos mientras esperábamos el otro bote, que de nuevo llegó sin rastros tuyos. Ya se hacía tarde, y si no salíamos ahora, no podríamos ver nada. Además, ya no habría otro bote hasta el día siguiente. Entonces, decidimos recorrer los alrededores. Aquellos lagos, de los cuales el Futalaufquen es el mayor, forman una larga cadena y están todos unidos entre sí por ríos, estrechos, ríos subterráneos, etc., y este estrecho es una de dichas uniones, aunque la conexión es tan importante, que algunas veces se considera que es un solo lago.

- Podríamos decir entonces que por kilómetros y kilómetros la tierra está dividida en margen este y oeste por algún río, estrecho, o lago, y allí se encontraba el único puente que uno podría atravesar para llegar al otro lado. Pero justamente esto era lo que las autoridades querían evitar a fin de preservar el estado natural del otro margen, y el paso por este puente está vedado...

- Pero mismo si no estuviese prohibido, ni loco me aventuraba por ese montón de cuerdas que llaman ‘puente’... Mirá, te lo pinto... Dos sogas paralelas que atraviesan el estrecho a 20 ó 30 m de altura sobre el agua separadas unos 50 cm, y cada 40 cm unidas por listones de madera de unos diez cm de ancho... 1 metro y medio más arriba, otras dos cuerdas, un poco más separadas, y cada dos ó tres metros una cuerda que une las de arriba con las de abajo... Sorry, pero yo no soy ningún INDIANA JONES...

- Volvimos para la posada y, como era de esperar, vos no estabas allí. Entonces, con el último dinero que nos quedaba, compramos algo de comida, y fuimos a Playa Blanca donde estaban nuestras mochilas... Armamos la carpa y comimos antes de que el sol cayese completamente...

- Aunque ninguno de nosotros dijera nada, esa noche todos pensamos pestes de vos, y lo único que queríamos era encontrarte al llegar para descargar en tu persona nuestra furia...

- Pero, ¿y si no te encontrábamos al llegar?, ¿ y si te hubiera pasado algo?... Esa era la pregunta que nadie osaba hacer en voz alta, aunque se adivinaba que era lo que cada uno de nosotros estaba pensando en ese momento... Toda nuestra furia, rabia, indignación, etc., se transformó en preocupación. Igual, hasta la mañana siguiente no podríamos hacer nada, así que decidimos ir a dormir...

- Al levantarnos al día siguiente, apenas estaba amaneciendo, y, como no podíamos hacer fuego, comimos lo que quedaba de chocolate y ajustamos nuestros cinturones tratando de ahorcar a nuestros estómagos que no paraban de quejarse, en un santiamén levantamos campamento y partimos.
Para el mediodía, estábamos muertos de hambre y, con o sin prohibición, hicimos algo de fuego, calentamos agua, y tomamos unos mates que era lo único que teníamos...

- ¡Es increíble como calma el hambre un poco de mate!...

- Nadie apareció para hacernos una multa o llevarnos presos. Así que con mucho cuidado apagamos las cenizas, las cubrimos con arena y rocas, y seguimos camino. No fue muy conversado, casi ni hablamos hasta llegar aquí y encontrarnos con vos sano y salvo...

- Nuestra preocupación fue pasando y nos empezamos a acordar de todo lo que te queríamos hacer...

- También nos acordamos del hambre que teníamos, y dejamos lo otro para más adelante mientras unos pancitos con manteca y dulce y unos mates se encargaban de ésta...

- Bueno Roberto, dijo Silvio, se está haciendo tarde, y si no nos vamos enseguida, vamos a perder el último colectivo a la ciudad...

Así que, sin más, agarraron sus cosas, se despidieron de nosotros, y se fueron, dejándonos solos a Pablo y a mí, que preparamos una simple cena y, sin mucha conversación, la devoramos...

Mientras me estaba por dormir, mi cabeza se puso a trabajar y sacar cuentas y... algo estaba mal... Verás, yo recordaba cuatro días estando solo, pero ellos contaron sólo tres... ¿Y el que falta? ¿O será que a mí me sobraba uno?... uno que sólo habría existido en mi imaginación...

Abner